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¿Qué pasaría si un rey no quisiera serlo? ¿Y si otros quisieran ocupar su lugar? De estas preguntas surge toda la trama de este cuento. A la vez que plantea cuestiones profundas, como la envidia o el poder, el relato es un juego que sorprende por su originalidad estética. La ilustración la componen cuatro personajes elaborados con cajas dibujadas, fotografiadas y tratadas digitalmente. Los símbolos del poder son una corona y una capa que, utilizadas a modo de marionetas, transportan al lector al imaginario de un teatro de títeres. En ellas está la clave del desenlace. El libro condensa todo su contenido en pocos elementos visuales y textuales que dan rienda suelta a la creatividad, la reflexión y el juego.
«El rey que no quería ser rey es ante todo una historia divertida, un juego iniciático y contagioso, una broma infantil y mínima.
Nos asoma a un lejano reino, y parece que lo vemos a través de las imágenes hipnóticas de los primeros fotógrafos, del espíritu naif del cine mudo o del teatro de marionetas.
Los habrá que vean en él una burla republicana, claro, o una parábola sobre la influencia del hábito y de las apariencias, sobre la envidia, sobre el azar, o sobre la personalidad necesaria para ir a contracorriente, también sobre la importancia de las tecnologías basadas en el electromagnetismo...
Y todos podrían tener un poco de razón.