Leoteca - Parte de Smartick

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Resultados de tu búsqueda: 141 libros

En Las Indias accidentales nos unimos a Cristóbal Colón en un fantástico viaje a través de los mares occidentales y la imaginación occidental. Robert Finley recrea canciones, conversaciones e imágenes de la historia y de los avatares de la expedición al Caribe de Colón, creando un mundo tan vívido e intenso como el viaje del explorador a las Indias. Esta lúcida historia, escrupulosamente ambientada, recrea el poder de inventar, mucho más que el de descubrir, un nuevo mundo; un mundo y unos mares habitados por los monstruos y los sueños de infancia. Es un libro sobre cómo percibimos y representamos la realidad que nos rodea, sobre la capacidad creadora y destructora de la palabra. A través de un lenguaje poético y a veces irónico, Las Indias accidentales analiza la naturaleza del relato autobiográfico. «Las Indias accidentales me ha impresionado. Con humor, imaginación y un lenguaje exquisito, Robert Finley ha recuperado para el mundo del mito la aventura de Colón, rescatándola de los excesos hagiográficos y del descrédito.» Alberto Manguel, autor de Guía de lugares imaginarios, Una historia de lectura y En el bosque del espejo Robert Finley nació en Halifax (Canadá) en 1957. Estudió poesía contemporánea en la Universidad de Toronto y actualmente reside en Nueva Escocia e imparte clases de inglés en la Universidad Ste-Anne. Es editor de la revista trilingüe Feux chalins. Las Indias accidentales fue premiado en 2001 con el Cunard First Book Award.

Las Indias accidentales

Finley, Robert

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Un hombre y una mujer en Sudáfrica. Toloki, un vagabundo feo y maloliente, una figura estrafalaria y enternecedora, con su sombrero de copa y su traje carnavalesco, va de funeral en funeral ofreciendo sus servicios de plañidero a cambio de unas pocas monedas. Noria, en cambio, es una mujer bella, fuerte y generosa, que se ha convertido en el símbolo de la resistencia de las mujeres tras años de miseria marcados por la tragedia de perder a sus dos hijos. Un día, en el entierro de un niño, Toloki reconoce a la madre: es Noria, su amiga de la infancia. Su reencuentro en la ciudad y el relato de sus terribles vivencias van transformándolos y lentamente el amor hace su aparición. Él reconstruye su barraca quemada y la convierte, con unos cuantos recortes de viejas revistas de decoración, en una mansión de ensueño por la que pueden pasear por imaginarios y ordenados jardines. Ella aporta belleza y fortaleza a su miserable entorno porque «todas las catástrofes han afectado a sus ojos, y ahora ve belleza donde no la hay». Juntos, con su inmensa humanidad, reafirman las palabras de Noria: «Nuestras formas de morir son nuestras formas de vivir». Zakes (Zanemvula Kizito Gatyeni) Mda nació en Herschel, Sudáfrica, en 1948. Su padre, abogado, fue cofundador del Congreso Nacional Africano, lo que obligó a la familía a tomar el camino del exilio. Tras vivir en diversos países de África, Estados Unidos y Europa, Zakes Mda regresó finalmente a Sudáfrica en 1995. «Escritor» es una palabra demasiado limitada para describirlo. Es pintor, poeta, dramaturgo, periodista, crítico, profesor universitario, conferenciante, productor y director de programas televisivos. «El arte es el arte. No tengo una actitud encasillada sobre la creatividad. Utilizo cualquier forma de expresión.» Zakes Mda escribe novelas desde hace diez años. Su último trabajo, The Heart of Redness, recibió el 2001 Commonwealth Writers' Prize for Africa. Formas de morir fue también galardonada con el Olive Schreiner Prize y el M-Net Book Prize.

Formas de morir

Mda, Zakes

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Un niño descubre el amor entre las azoteas de Ispahán, un escritor exiliado en París, un «infiel» obsesionado por llegar hasta La Meca siguiendo la ruta marcada por el gran poeta Nasser Khosrow, recorre Damasco, Beirut, Jerusalén y El Cairo, y llega finalmente hasta los muros de la Kaaba. Pero el viaje no sólo le revela una geografía asolada por la guerra, el odio, el miedo y la traición. Lo más doloroso es el descubrimiento de la falsedad que se oculta bajo todas las cosas. Los lugares soñados son sólo míseros despojos del pasado, los amigos en quienes confía lo utilizan para sus maquinaciones políticas, ni siquiera puede reconocerse a sí mismo en las fotos de sus pasaportes falsos. Sólo el amor de Mahtab, la niña con la que compartió sus primeros juegos y el despertar a una ingenua sexualidad, permanece inalterado. Pero ni siquiera el amor puede escapar a la amenaza de la intransigencia religiosa: un fundamentalismo tenebroso que está presente en toda la narración como la encarnación del fanatismo y la incomprensión que gobiernan las relaciones entre pueblos y culturas diferentes. Ali Erfan nació en Ispahán en 1946. Escribió su primera novela a los quince años, un texto marcadamente político que le costó la cárcel. Se dedicó al cine a partir de su primer exilio en Francia. En 1979, al estallar la Revolución, regresó a Irán, donde realizó dos largometrajes. En 1981 se ve obligado a tomar de nuevo el camino del exilio y, ya en París, inicia una carrera de escritor que, si bien es reconocida unánimemente por la crítica, resulta dura y amarga para el autor. «Si escribo, me matan; si no lo hago, me muero». Ali Erfan ha publicado una novela: La ruta de los infieles, traducida del persa al francés por el propio autor y publicada por Barataria en 2001; y tres libros de cuentos: Le Dernier poète du monde, Expulsadas del paraíso (Barataria 2003) y La 602° nuit.

La ruta de los infieles

Erfan, Ali

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Mangogul, un sultán despótico e ilustrado, conversa con su favorita, Mirzoza, sobre el estado de las ciencias, la literatura, la filosofía y la política. Agotados todos los temas, el sultán se aburre. Mirzoza da con la solución: invocar a Cucufa, el genio protector de la familia real. El estrambótico mago entrega a Mangogul una sortija, pero le advierte que las mujeres a las que dirija el engaste del anillo hablarán de sus enredos amorosos, «pero no por la boca sino por la parte mas franca que hay en ellas y la mejor instruida en las cosas que queréis conocer: por sus dijes...». Sobre esta fábula orientalizante, Diderot construye una implacable y divertida sátira sobre las costumbres eróticas de su país y de su tiempo, la Francia del absolutismo despótico y la ilustración. Denis Diderot, nacido en Langres (Francia), el 5 de octubre de 1713, comenzó la carrera eclesiástica. Al abandonarla tuvo que dedicarse a realizar traducciones, catalogaciones y escribiendo discursos. Su pensamiento ateo, derivado de Hume y de los psicólogos asociacionistas ingleses, no fue bien recibido en la época, al atentar contra el orden moral imperante. Así su obra Pensamientos filosóficos (1746) fue ordenada quemar por el Parlamento francés. En 1748, cuando se publicó la primera edición de Los dijes indiscretos, no figuraban los nombres del autor ni del librero. Pero este subterfugio no sirvió de nada. Todos reconocieron la pluma de Diderot. La obra tuvo un éxito inmediato, pues no en vano estamos en el periodo de más auge de este género de novela licenciosa y ésta lo era mucho más que las de Voisenon, Crèbillon o Duclos. Se cree que cuando Diderot fue detenido en 1749 por la publicación de su Carta a los ciegos para el uso de los que no ven, y encerrado en el torreón de Vincennes, en su encarcelamiento pesó también el escándalo provocado por su novela "indecente" cuyos personajes principales, además, recordaban demasiado a la pareja real: Luis XV (Mangogul) y su favorita, madame Pompadour (Mirzoza). Más adelante redacta un Diccionario médico universal, que adapta de la Cyclopaedia de Chambers. Es entonces cuando se le ocurre la idea de una obra que compile todo el saber conocido por el ser humano hasta entonces. Embarcado en tan magna labor, paulatinamente se alcanzan diecisiete volúmenes de su Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y las materias, publicados entre 1751 y 1765. La divulgación de un saber holístico y ordenado se convierte rápidamente en un arma contra el régimen político absolutista, al llegar la información al pueblo en forma de pasquines y folletos. La Enciclopedia se convierte en un espacio para la difusión de las ideas ilustradas, en el que participan filósofos y escritores muy críticos con la mentalidad de su época como D'Alambert, Rosseau, Montesquieu o Voltaire. El movimiento ideológico de la Ilustración se considera un precedente o base para los posteriores fenómenos revolucionarios. Otras de sus obras son La religiosa (1797), de carácter anticlerical, o El padre de familia (1758), antecedente de los dramas costumbristas burgueses. Su pensamiento otorga a la Naturaleza un papel transformador, mutable, adaptable a los diferentes condicionamientos. Falleció en París el 31 de julio de 1784.

Los dijes indiscretos

Diderot, Denis

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En 1905, cuando era diputado, al salir muchas tardes con dirección al Congreso, torcía mi camino. La situación de mi vivienda, al final del paseo de la Castellana, casi en el campo, ayudaba a esta fuga parlamentaria. Estaba convencido de la inutilidad de mis funciones de diputado republicano dentro de una Cámara fabricada por los monárquicos. Era preferible vagar por los alrededores de Madrid, viendo los curiosos personajes de la miserable horda suburbana. En estos paseos, que tenían algo de exploraciones, fui conociendo a los más de los personajes que figuran en la presente novela, o más exactamente, a los seres reales que empleé como modelos de mis tipos imaginarios. No existe un solo personaje en La horda, ni aun los más secundarios, sin su correspondiente hermano de carne y hueso. Cuando estudiaba las costumbres de los gitanos instalados junto al puente de Toledo, vino conmigo varias tardes el gran poeta Rubén Darío, interesado por mis relatos sobre las costumbres de esas gentes de origen nómada, entregadas a una vida sedentaria. Para estudiar a los cazadores furtivos me acompañó Pedro González-Blanco. Juntos, y vestidos con nuestras peores ropas, para que nos sirviesen de disfraz, fuimos una noche a cazar conejos en El Pardo, con unos cuantos hombres que exponían su vida. La descripción de dicha cacería, que figura en La horda, refleja exactamente la realidad. Guardamos en secreto algún tiempo esta hazaña penal, pero finalmente acabó por hacerse pública, y el Heraldo de Madrid contó en un gracioso artículo como el autor de La horda había acompañado a los explotadores furtivos para verles trabajar, con riesgo de su propia vida.

La horda

Blasco Ibáñez, Vicente

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